domingo, 5 de octubre de 2008

El Jarre de Thé

"Dos manzanas al oeste del Chat, en un salón de té llamado el Jarre de Thé, Case tomó la primera
pastilla de la noche con un espresso doble. Era un octógono rosado y plano, una potente especie de
dextroanfetamina brasileña que comprara a una de las chicas de Zone.
El Jarre tenía las paredes cubiertas de espejos, cada panel enmarcado en neón rojo.
Al principio, encontrándose solo en Chiba, con poco dinero y menos esperanzas de curarse, había
entrado en una especie de sobremarcha terminal, rebuscando dinero fresco con una intensidad
helada que parecía corresponder a otra persona. El primer mes, mató a dos hombres y a una mujer
por sumas que un año atrás le habrían parecido ridículas. Ninsei lo desgastó hasta que la calle
misma le llegó a parecer la externalización de un deseo de muerte, un veneno secreto que él llevaba
consigo.
Night City era como un perturbado experimento de darwinismo social, concebido por un
investigador aburrido que mantenía el dedo pulgar sobre el botón de avance rápido. Uno dejaba de
rebuscárselas y se hundía sin dejar huella, pero un movimiento en falso bastaba para romper la frágil
tensión superficial del mercado negro; en cualquiera de los casos, uno desaparecía dejando apenas
un vago recuerdo en la mente de un ejemplar como Ratz; aunque corazón, pulmones o riñones
pudieran sobrevivir al servicio de un extraño que tuviese nuevos yens para los tanques de las
clínicas.
Los negocios eran allí un rumor subliminal constante, y la muerte, el aceptado castigo por pereza,
negligencia, falta de gracia o de atención a las exigencias de un intrincado protocolo.
Solo, en una mesa del Jarre de Thé, con el octógono subiendo, con gotas de sudor que le afloraban
en las palmas de las manos, de pronto consciente de todos y cada uno de los cosquilleantes pelos
en los brazos y en el pecho, Case supo que en algún punto había comenzado a jugar un juego
consigo mismo, uno muy antiguo que no tiene nombre: un solitario final. Ya no llevaba armas, ni
tomaba ya las precauciones básicas. Se encargaba de los negocios más rápidos y dudosos de la
calle, y se decía que era capaz de conseguir lo que uno quisiera. Una parte de él sabía que el arco
de esta autodestrucción era notoriamente obvio para sus clientes, cada vez más escasos; pero esa
misma parte se tranquilizaba diciéndose que era sólo una cuestión de tiempo. Y era esa parte, que
esperaba complacida la muerte, la que más odiaba la idea de Linda Lee."

William Gibson, Neuromante

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